miércoles, 23 de marzo de 2016

Humanismo y Hominismo (2)

Yo no lo quito


En el Renacimiento tampoco se llegó a una completa derogación de los principios y los ideales de la Edad Media. Por ejemplo, Giordano Bruno pudo ser un rebelde contra la autoridad eclesiástica, pero no fué, en lo fundamental, contrario a los dogmas de la Iglesia.

Renato Descartes

Es a partir de Descartes, fundador del racionalismo moderno, de donde arranca este antagonismo a que nos estamos refiriendo, al desligar la razón y fé en un intento de unificar todos los campos del saber con el método matemático. Descartes era católico, incluso un católico sincero, y aunque en muchos puntos diverge de la filosofía escolástica, en otros converge con el tomismo. Su error fué considerar que la materia y el espíritu no eran cualidades "distintas" del ser, sino "opuestas". A partir de este momento, y al rechazar a la Revelación como fuente de conocimiento, sometiendo la Verdad al solo dominio de la razón, se empieza a producir un proceso de descristianización que culmina en el momento actual, y en el que se pueden considerar tres etapas perfectamente definidas:

1.- Ruptura de la unidad entre la fé y la razón, y autonomía de ésta respecto de aquella.

2,- La razón no se limita a defender su autonomía, sino que se contrapone a la fé.

2.- La razón se considera ya tan enriquecida, que llega a substituir a la fé.

Dicho en otros términos; primero el hombre prescinde de Dios. Luego se enfrenta a Dios y, por último, se sienta en el trono de Dios , que es la postura que estamos contemplando en este momento de la Historia.

Estas dos posiciones del pensamiento cristiano y del pensamiento moderno, se podrían expresar diciendo que para la Iglesia, "Dios es la medida de todas las cosas, incluso del hombre",mientras que para el pensamiento moderno "el hombre es la medida de todas las cosas".

La cultura cristiana es la del Dios hecho hombre, que es el Camino, la Verdad y la Vida. La cultura moderna es la del hombre hecho Dios que rechaza la revelación y hace a la razón árbitro de toda verdad. Es, por tanto, la antítesis de la cultura cristiana. 

Este considerar al hombre como medida de todas las cosas hace que el tradicional orden de valores que nos ha sido transmitido a través de la cultura cristiana, haya sufrido en el mundo moderno que, evidentemente, no es cristiano, una subversión. Por eso vemos que hoy se hace más elogio de la habilidad que de la virtud; de la utilidad que del bien; que el derecho positivo niega el derecho natural; y que la sensación es el único criterio de conocimiento. La idea de Dios queda relegada entre esos temas oscuros que no vale la pena de aclarar "porque no nos sirve", y se niega la persona como sujeto espiritual, los valores morales, Dios...

En este entorno, el hombre que considera que su religión no es una simple doctrina moral, o social, sino la verdadera religión de Cristo, Hijo de Dios, que vino al mundo a enseñarnos la verdad y rescatarnos del pecado; el hombre que ajusta, o intenta ajustar su vida a las enseñanzas de Cristo, Dios-hombre, se siente marginado y condenado a vivir contra corriente. Porque si en la Edad Media la excepción era el ateo, en estos tiempos, verdadera anti-Edad Media, la excepción la constituye el creyente que piensa y obra bajo el impulso de su fé.

Ya son muchos los que, incluso llamándose católicos, piensan que el mundo católico esta cerrado para un conjunto de valores hacia los que está polarizado el mundo moderno, y se orientan en el sentido de adaptar el mundo cristiano a los ideales modernos, que es lo que constituye la meta del laicismo. Así, de una manera inconsciente, se hacen cómplices de una cultura anticristiana que pretende haber mejorado el cristianismo, librándolo de todo lo que tenía de "mitológico", de "primitivo", restituyéndolo a su descubrimiento esencial de la persona libre y autónoma, creadora del  mundo humano y laico de la moral, de la historia, de la estética, de la política, de la economía etc.

La Iglesia aparece ante ellos como conservadora de un cristianismo muerto y fosilizado, corrompido por la institución eclesiástica,bárbara en su primitivismo y puerilidad, hostil y dañoso para el "verdadero" cristianismo de la civilización moderna. Solo enunciar los términos de esta "interpretación" del cristianismo basta para comprender su ridiculez y mediocridad, pero también la gravedad de su insidia.

Porque nadie tiene derecho, de buena fé, a llamarse cristiano, si no acepta la Revelación; esto es, que Cristo es Hijo de Dios; y nadie puede llamarse católico si no considera a la Iglesia de Roma como depositaria infalible del mensaje de Cristo. Y constantemente estamos viendo como, desprendiéndose de la enseñanza de la Iglesia, el cristianismo se va corrompiendo, al ponerse al margen de su legítima, divina y eterna conservadora.  

     

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