miércoles, 10 de febrero de 2010

El Maine

El 16 de febrero de 1898, al comprar el diario "New York Journal" sus lectores dieron un respingo al enterarse de lo que acababa de ocurrir en el puerto de La Habana. La noticia se daba en estos términos:









A los lectores quizás le llame la atencion el subtítulo; eso de que se trataba de un acorazado cuyo precio era nada menos que tres millones de dólares, pero a nadie que haya tenido ocasión de haber recibido formacion militar en los Estados Unidos le puede sorprender ésto porque cada vez que te enseñan un arma nueva te dicen lo que ha costado, quizás para que te des cuenta de lo que le supone al Estado un mal uso de ella.
Este titular afirma que "The first belief is that a hidden spanish mine annihilated her", o sea que lo primero que se cree es que se debe a una oculta mina española. Sin embargo la letra pequeña añade que las autoridades españolas y los bomberos de la Habana hacen lo que pueden para atender a los heridos. Es esa letra pequeña que muchos no leen.

Fué un accidente, y decimos "accidente" porque estamos convencidos de que nadie en su sano juicio sería capaz de organizar un atentado de esta naturaleza asesinando a más de un centenar de marineros y oficiales que se encontraban durmiendo en el interior del acorazado para provocar una guerra, cuando hay muchas maneras de hacerlo más incruentas. Entre los heridos estuvo el Comandante del acorazado, el bigotudo Capitán Sigsbee, cuya imagen aparece en la portada del diario.

Sigsbee envió un cable al SECNAV (el Ministerio de Marina, para entendernos) de Washington, explicando lo ocurrido, como si temiera lo que podía venir a consecuencia de aquel accidente:

"Public opinion should be suspended until further report.....Many spanish officers, including representatives of General Blanco now with me to express sympaty."(Esperen un nuevo envío antes de informar a la opinión pública. Muchos oficiales españoles, incluidos representantes del General Blanco han venido a expresarme su simpatía)
Pero la suerte estaba echada, porque el Maine había ido a La Habana para "proteger" a los súbditos americanos. Como aquel fotógrafo Remington que escribió aquello de "Quiero regresar a casa porque aquí no ocurre nada". Y mientras esto ocurría, la Flota del Pacífico del Almirante Dewey se encontraba de maniobras en Hong Kong practicando con ejercicios de fuego real. O sea, cerca de las Filipinas, donde entrarían en combate pocas semanas más tarde.

Al conocerse la noticia, se levantó un clamor unánime por toda la nación. Los "jingos" empezaron a vociferar "On to Havanna!", como años antes, en 1861, habia gritado "On to Richmond!". Y lo que vino después fué como una película que se desarrolló rápidamente. Desembarco en Daiquiri, combate de Las Guásimas, Caney, Lomas de San Juan, Sitio de Santiago, y rendición tras ser destruida nuestra Escuadra.







Lo más triste de todo lo que allí ocurrió es que si el Mando de la Isla, y el Gobierno español de entonces, hubieran tenido una moral más alta, aquella "splendid little war" hubiera tenido un final más desastroso para lo americanos. Quizás no se hubiera podido terminar echando definitivamente a los yankis de la isla, pero sí les podría haber costado mucha más.
El desembarco fué desastrosamente ejecutado sin encontrar enemigo, y el número de bajas que los soldados americanos tuvieron en el camino desde Daiquiri a las afueras de Santiago dió lugar a que se formase un consejo de guerra para discutir si convenía seguir atacando o retirarse a posiciones más a retaguardia porque el cordón con el que rodeaban a Santiago empezaba a ser extremadamente débil. Finalmente se decidió mantenerse en las posiciones conquistadas, con el constante temor de que un contraataque español los hiciera retroceder. Pero no hubo tal cosa porque ya todo se había dado por perdido.
Por parte americana hubo un gran espíritu combativo y una ignorancia supina. El desembarco en Daiquiri se realizó sin oirse un sólo disparo de fusil, pero las condiciones en que se realizó fueron deplorables. Se tardó cinco dias en desembarcar el total de las tropas porque los capitanes de los barcos se negaban a acercarse a a costa y la marina de guerra tuvo que hacer viajes, de cinco millas en algún caso, desde el barco hasta la playa.Sus lanchas hubieran sido un blanco excelente para nuestras tropas, si hubieran estado desplegadas en la playa. Los mulos y caballos fueron desembarcados por el procedimiiento de lanzarlos por la borda. Algunos nadaban en dirección a la playa, pero otros no. Y una de las operaciones más difíciles en la guerra se les regaló.
Luego vinieron las operaciones en tierra firme, pero de eso trataremos en las próximas páginas de este Alimoche.


No hay comentarios:

Publicar un comentario