domingo, 23 de octubre de 2011

La tumba de Maciá. Memoria histórica.

Yo no lo quito

El 19 de octubre de 1979 los lectores de La Vanguardia (antes denominada "española") tuvieron que dar un respingo al encontrarse en sus páginas con este titular.


Todos sabían que Francesc Maciá, coronel de Ingenieros  y primer presidente de la Generalidad  había fallecido el dia de Navidad de 1933, y ahora, cuarenta y seis años más tarde, su nombre volvía a aparecer en las páginas de la prensa catalana. ¿Qué estaba ocurriendo?

Pues en realidad no ocurría nada de particular. Lo primero que hay que decir es que la tumba de Maciá había permanecido durante cuarenta años en el cementerio del sudoeste bajo el régimen franquista sin que nadie se  hubiera atrevido a tocarla. Incluso algunas veces sobre esta tumba aparecían de vez en cuando unas flores sin que jamás hubiera ocurrido nada. Pero, como dice el refrán: "Cree el ladrón que todos son de su condición".


Cuando Tarradellas regresó a Barcelona siendo Suárez  Presidente del gobierno, llegó a estar ante la tumba de Maciá un par de veces para homenajear su memoria. Sin embargo Tarradellas era uno de los pocos, unos 10, que sabian perfectamente que el cadáver de Maciá no estaba en aquella tumba.

Lo que había ocurrido es que a comienzos de 1939, cuando los gobernantes catalanes empezaban a moverse en direccion a Francia, viendo que las tropas nacionales avanzaban casi sin encontrar resistencia, decidieron trasladar el cadáver de Maciá a otro lugar secreto para evitar que los "fascistas"  profanaran su cadáver. Y es que por aquellos años de revolución se habian estado profanado tantos en Barcelona, con esa necrofilia que caracterizaba a la izquierda, que estaban convencidos de que los que iban a conquistar la ciudad se dirigirían inmediatamente a destruir la tumba de Maciá. Pero no lo hicieron, y allí quedó la tumba íntegra a lo largo de los 40 años del franquismo sin que nadie osara tocarla, como tampoco nadie tocó la tumba de Durruti o la de Francisco Ascaso.

El lugar secreto era el panteón del Sr. Collaso y Gil, que había sido alcalde de Barcelona, y al morir en 1926, no teniendo descendientes, hizo una cuantiosa donación al Hospital de San Pablo y lo regaló  al Ayuntamiento de Barcelona. Esto llegó a saberlo la hija del difunto "President", Maria Maciá Lamarca, que era una de las pocas que conocian el secreto. Por eso pidió a Tarradellas que se devolviera a su tumba el cuerpo de Maciá. Y así se hizo para evitar que, erróneamente, se siguieran celebrando concentraciones masivas y ofrendas de coronas de flores en el panteón donde se creía que estaban sus restos.

Por otra parte, al morir el Presidente en 1933, a las pocas horas se realizó la extirpación del cadáver del difunto por un equipo quirúrgico dirigido por el doctor August Pi i Suñer. Este corazón se introdujo en un frasco que tenía un líquido conservante para poder mantenerlo como reliquia. Y Tarradellas se lo llevó consigo y lo conservó durante todas las peripecias de su exilio en Francia. Y en  una de estas peripecias, durante los años sesenta y setenta, este frasco se estuvo conservando en la caja fuerte de un banco de Tours. Por cierto que en una ocasión, a causa de un accidente, el frasco derramó líquido y éste dañó a docuemntos situados dentro de la caja de seguridad que estaba situada debajo, por lo que Tarradellas tuvo que pagar una indemnización.

Como se ha indicado antes, el propio Tarradellas en dos ocasiones estuvo colocando una corona de flores en el mausoleo de Maciá, a sabiendas de que el difunto no se encontraba allí.

Pero estas son otras historias

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